
Me topé con la figura de Gaby Deslys a través de los deliciosos relatos de Sir Cecil Beaton en su libro The Glass of Fashion. Me tiene subyugada con su narrar, tan ácido como exquisito. Gaby Deslys fue una actriz francesa, que llegó a conquistar hasta el rey Manuel II de Portugal en la época eduardiana. Cuenta la leyenda que este le regaló un collar de perlas de 70.000 dólares, que llegaba hasta sus pies. Pero tan adorada era como cuestionada, sobre todo en materia de gusto, tachada de extravagante y ridícula por sus detractores.

Adoré el pasaje que le dedica Sir Cecil, aprovechando además para realizar una apología en pos del gusto individual:
"El gusto es, después de todo, variable; las convenciones son variables. Las convenciones en gusto son mucho menos interesantes que el gusto del individuo. Fue Francis Bacon que dijo que 'no existe belleza que no contenga algo de extrañeza en sus proporciones'; y Gaby Deslys justamente tuvo más que su cuota de exotismo. En el último análisis, el estilo no es creado por los imitadores, ni siquiera por los creadores, sean quienes sean. Uno puede vestir a una mujer con un vestido Dior, pero cómo luzca será otro tema. Solamente la personalidad genera el estilo. La personalidad no solamente puede imponer sus aspectos bizarros en un período, sino que, hasta cierto punto, crea el propio período".
Como ya saben quienes me conocen mejor, el estilo personal (pero no tanto el propio) me representa una obsesión. Por eso me alegró cuando vi en la Vogue y luego en el post de Mariai la reaparición del personaje de Edie. Que por cierto y, salvando las distancias, me recuerda a fotos de mis bisabuelas, en pleno saco de piel y turbante, épocas en que las mujeres, pese a ser más conservadoras en sus estilos de vida, se arriesgaban más en sus elecciones de vestuario.

Esto justo coincidió con el lanzamiento oficial del libro Ema, karma de Borges (Sudamericana), de mi amigo Fernando Loustaunau. Todavía no lo leí, pero me gustó que haya recogido esta historia. Ema Risso Platero perteneció al cuerpo diplomático uruguayo en la posguerra; vivió en París y Tokio, entre otras varias ciudades, frecuentó los círculos artísticos más interesantes de la época, e hizo que Borges o "Georgie" se enamorara de ella. Cuenta Loustaunau que murió sola, en un apartamento de París, sin posibilidades económicas pero luciendo su saco de visón y habiendo convencido al chofer para que la siguiera llevando a sus elegantes rendez-vous.

Loustaunau, que también se enredó en la vida de Susana Soca (foto arriba) es, por supuesto, one-of-a-kind. Mientras tanto, cientos de estos relatos se mueren en silencio, mientras sus muebles y platería van silenciosamente a remate. De estas vidas, seguramente abundantes en un país que fue tan rico en todo sentido, debemos nutrirnos e inspirarnos. No dejar que la historia y quienes decidieron encargarse de escribirla constituyan la única versión de los hechos. Estas personalidades, que tal como dice Beaton forjan períodos enteros, deben reintegrarse a nuestro panorama gris y cubrirlo de plumas y visones.